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iOS y Android dominan más del
90% del mercado global de SO en smartphones y tablets
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Seguramente esté
usted más que contento con cómo
le han simplificado la vida grandes avances tecnológicos que, además, no le
suelen suponer coste alguno para su bolsillo.
Por DerBlauMond (@DerBlauemond) (*)
Seguramente crea
usted que es un triunfo del modelo de open-source
o de los ecosistemas de aplicaciones y servicios que sólo le han reportado
ventajas. Seguramente esté usted convencido de que la progresiva y exponencial
especialización de la tecnología y su democratización son un derecho que no
implica riesgo alguno.
Pero lo que
seguramente usted no se ha planteado hasta este mismo instante es cómo esas evidentes
ventajas que han traído los
últimos avances tecnológicos están derivando ya a día de hoy en un modelo de
pseudo-monopolios. Ello implica que, en el largo plazo, estos
avances pueden acabar paradójicamente perjudicando seriamente la libre
competencia, el derecho de libre elección del consumidor, y en última instancia
la competitividad y el mismo progreso tecnológico. Esto último es especialmente
importante en una sociedad como la nuestra, en la que el bienestar social y la
tecnología ya caminan mano a mano por el mismo sendero hacia el futuro.
La
especialización está limitando la competencia
Llevamos varios
años en los que el progreso tecnológico ha derivado en una gran especialización
tecnológica de los productos que se ofrecen a los consumidores. Tanto es así,
que dicha especialización ha hecho que muchas veces haya un primer y casi único
producto o solución que innova y evoluciona rápidamente, dada su ventaja
tecnológica y competitiva inicial. Ello hace que se erija en la primera y casi
única opción de cara a los consumidores, para los que, además, una experiencia de usuario conocida es un
factor más que importante en un mundo ya de por sí con
demasiada complejidad técnica para el común de los ciudadanos.
Habrán observado
cómo en tecnología llegar el
primero es casi tan importante como lo que ofreces. Si no me
creen, no tienen nada más que ver el caso de Facebook, y aquel Google+ que, aún
siendo una buena alternativa, fracasó estrepitosamente en su intención de
erigirse como al menos el segundo gran líder social a la sombra de la compañía
de Zuckerberg, según
pueden leer en esta noticia de El Economista. A pesar de la persistente
(y a veces hasta intrusiva) insistencia de Google, no lo consiguió ni aun
utilizando toda la capacidad de influencia (y también algo más que simple
influencia) de su vasto imperio tecnológico.
Una
experiencia de usuario conocida es clave, pero también lo es la masa crítica
¿No creen que
tal vez que era de esperar que hubiese hueco en el mercado de redes sociales
para un segundo Facebook? El alto coste de entrada que supone para la mayoría
de los usuarios el empezar a manejarse con una nueva herramienta, hasta que
descubren su completa potencialidad y su valor añadido, supone una barrera
perezosamente infranqueable para el común de los usuarios, y por lo tanto de
las nuevas alternativas que intentan competir con el líder inicial. Y claro, si
a esto añadimos que, por su propia naturaleza de especialización, las redes
sociales y las tecnologías muchas veces carecen de toda la estandarización que
aseguraría la inter-compatibilidad de futuras alternativas, tenemos el
resultado de que no hay
una competencia efectiva, y muchas veces el consumidor acaba silenciosamente
cautivo de una alternativa de la que es difícil salirse.
Pero no todo se
limita simplemente a llegar a ser el primero y conseguir que la gente se
acostumbre a la experiencia de usuario que les ofrece un servicio o aplicación.
Hay otro factor muy importante en el mundo tanto de las startups como de las
tecnológicas establecidas. Es ni más ni menos que la masa crítica. Es ésa barrera, medida en
número de usuarios, por la cual la mayoría de las redes sociales prometedoras
pero desiertas empiezan a ser capaces de aportar valor añadido a sus usuarios
(a menudo con información que aportan ellos mismos), a la par que alcanzan una
viabilidad económica, aunque sea en proyecciones a futuro.
Pero esta masa
crítica tiene otra lectura que puede ser obtenida invirtiendo matemáticamente
su concepto. Podemos hablar de que aplicaciones
o servicios que han atesorado una base de usuarios importante,
son mucho más atractivas para sus usuarios, o más bien podríamos decir que es
realmente difícil deshacerse de ellas. Les pongo el ejemplo de Whatsapp. Si
bien ahora mismo ya han implementado unos estándares criptográficos extremo a
extremo que parecen medianamente fiables, Whatsapp ha sido una aplicación que
ha tardado varios largos años en incorporar esta seguridad esencial para una
aplicación de mensajería. Ahí había otros competidores como Telegram, que no
sólo aportaban una solución infinitamente más aceptable en temas de privacidad,
sino que además innovaban con nuevos servicios y posibilidades en su aplicación
que dejaban a Whatsapp muy por detrás.
El gran vuelco
para mucha gente se ha producido a raíz de la nueva política de compartición de
datos entre Whatsapp y Facebook, sobre la cual pueden
leer en esta noticia de Xataka. La mera forma en que se planteó el tema
desde esta aplicación, con unas condiciones nuevas de servicio a aceptar, en
las que si uno navegaba un poco más profundamente se encontraba con la sorpresa
de Facebook, indignó a no pocos usuarios, muchos de los cuales decidieron
instalarse otras aplicaciones de mensajería. No obstante, el grueso de estos usuarios ha descubierto
cómo pueden utilizar otras aplicaciones con mayor o menor
asiduidad, pero les ha
sido prácticamente imposible deshacerse por completo de Whatsapp por una
sencilla razón: es la que tiene casi todo el mundo. Y he aquí
las grandes implicaciones de la base de usuarios para la libre elección de los
consumidores.
Sólo en casos de
industrias de amplio espectro, o que provienen de sectores más tradicionales
con una profusa regulación, surgen unos estándares de inter-operatividad que en
otros campos apenas tienen ni siquiera sentido hoy por hoy. Ello se debe a la
diversidad y a la diferencia de funciones de una opción a otra. Me explico con
un ejemplo muy clarificador: cualquier consumidor cree que es más que exigible
que desde su aplicación de Voz sobre IP pueda ser capaz de llamar al número de
teléfono fijo o móvil de cualquier compañía, pero ¿A que nadie se plantea que también debería
ser capaz de llamar a un usuario de Skype desde Hangouts o desde Whatsapp?
Esta interoperabilidad ni existe, ni el consumidor es consciente de que debería
existir para asegurar la competencia y facilitar la entrada de nuevos jugadores
que innoven con nuevos servicios de valor añadido.
Pero la inter-operatividad es un aspecto clave que
garantiza que los líderes no se duerman en los laureles. Si la
hay, en cualquier momento puede llegar un nuevo jugador que fácilmente puede
ofrecer su mismo servicio, y además ofrecer también innovadores servicios de
valor añadido que atraerán a unos clientes que, gracias a la
inter-operabilidad, no perderán la capacidad de poder contar con una amplia
base de usuarios. El caso es que, en el panorama de las nuevas tecnologías de
hoy en día, esta interoperatividad no existe en la mayoría de los casos, lo
cual se ha traducido en unas cunetas llenas de cadáveres de buenas aplicaciones
que no alcanzaron la masa crítica para salir adelante.
Con ello, en el mejor de los casos, el mercado suele
polarizarse como por ejemplo en el caso Android-iPhone, en el
cual terceros como Windows Phone han sido expulsados por motivos entre los que destaca
el ecosistema de aplicaciones y la comunidad de desarrolladores que ofrecía.
Eso si no hablamos de cuasi-monopolios los que citábamos en
este artículo sobre los intermediarios estratégicos, o sin ir más lejos
como el propio Google, que según algunas estadísticas acapara el 95% del
tráfico de búsqueda online mundial, como
pueden leer en este enlace.
Y llegamos
a la inevitable parada del open-source
El mayor
contribuyente a la revolución tecnológica que hemos y estamos viviendo ha sido
sin duda el open-source o código abierto. Sólo les daré un dato para que se
hagan idea de la gran importancia del open-source en nuestro mundo de hoy en
día, ¿Conocen Linux, verdad? Pues por si la propia base de usuarios de Ubuntu,
Red Hat, Debian u otros no fuera suficiente para erigir a Linux en una de las
grandes bases tecnológicas de nuestros tiempos, ¿Qué hay si además les añado que Android es tan sólo un Linux modificado?
Supongo que ya van siendo conscientes de la inmensa importancia del open-source
en nuestro mundo de hoy en día. Porque además a todo esto hay que añadir
infinidad de aplicaciones y servicios menos conocidos, pero también basados en
open-source, y que nos facilitan la vida a muchos de forma más que
significativa.
Podemos tener
meridianamente claro quién controla algunas de las aplicaciones o servicios que
se han erigido en monopolios de facto, al menos en lo que se refiere a conocer
quién está en sus consejos de administración. Pero el open-source y su éxito
casi por doquier, ha hecho que muchas
veces la opción open-source también sea prácticamente un monopolio de facto.
En contraposición a una empresa con consejeros conocidos, ¿Quién controla el
open-source?
¿Quién
controla el open-source?
Un error de concepto muy común entre los usuarios es
que asocian incorrectamente "open-source" a desarrollo desinteresado
y altruista. Y siento
decirles que formarían una bonita pareja si fuesen dos calificativos
indisolubles, pero lo cierto es que ambas cosas no tienen por qué tener nada,
pero nada que ver. En primer lugar atengámonos a la definición de
"open-source": software de código abierto. Es decir, es meramente
software cuyo código fuente está disponible para que el usuario pueda
revisarlo, desarrollar nuevos servicios en base a él, o incluso modificarlo
dependiendo del caso. Lo dejaremos ahí porque no es el objeto de este post
hacer un repaso de todas las tipologías de licenciamiento asociadas al mundo
open-source.
Pero que te den
o tengas accesible el código fuente no tiene por qué implicar que el desarrollo
haya sido hecho con fines desinteresados y altruistas. Un buen ejemplo de ello
puede ser por ejemplo Android. Android es un sistema operativo para teléfonos
inteligentes basado en Linux, el paradigma por antonomasia de la filosofía de
código abierto. La versión más básica de Android emana del Android Open Source
Project (AOSP), y además Google publicó la mayor parte del código de Android
bajo licencia Apache, una licencia libre y open-source. Pero obviamente Google es una compañía
privada, y tiene sus propios intereses y objetivos, en base a los cuales se
decidirán los designios de Android y su roadmap de cara al
futuro. De hecho, como pueden leer en esta noticia de
Reuters, las autoridades europeas han mostrado su disposición a multar
a Google por vulnerar la libre competencia con sus políticas relativas al
ecosistema Android.
Algunos
puntualizarán correctamente que hay iniciativas open-source que dependen de
consorcios cuyo principal cometido es la funcionalidad, los estándares
abiertos, y los productos cuyo destino final son los usuarios. Nada de esto
está reñido con lo que les vengo a decir. Estos consorcios pueden llegar a ser literalmente agrupaciones de
empresas comerciales que se asocian con un fin común. Ese fin
puede ser el desarrollo de un estándar abierto que asegure la
intercompatibilidad entre productos de diferentes fabricantes, o simplemente un
tipo de software cuyos desarrollos y roadmap les beneficie con ánimo de lucro.
Llegamos pues a
la parte interesante del post. Si hay muchos campos de especialización
tecnológica en los que un open-source libremente distribuido, y con una
avanzada funcionalidad, se ha erigido como única alternativa en un mercado que
ha copado, constituyendo un monopolio de facto. Si además la funcionalidad
presente en ese open-source y su evolución futura obedecen a los designios de
un consorcio que puede ser una agrupación de empresas privadas con sus propios
intereses particulares, y bajo cuyas decisiones de implementar una u otra
funcionalidad subyace un gran poder sobre el mercado de cara al futuro.
Si además puede
ocurrir perfectamente un escenario, como ocurrió cuando Oracle compró Sun
Microsystems, en el que un producto de software libre como MySQL pasó a tener
un licenciamiento bajo licencia dual GPL-libre/Licencia comercial: la versión
community es bajo licencia GNU-libre, y son de pago versiones enterprise para
aquellas empresas que quieran incorporarlo en productos privativos. Si todo lo anterior
puede tener lugar, y con este ejemplo de Oracle, que si bien no es exactamente
ese caso, demuestra cómo no se
puede descartar el escenario en que se distribuya libremente un software de
código abierto hasta que se generalice su uso, se vuelva casi un monopolio, y
entonces se empiece a cobrar por él.
Supongo que, a
estas alturas del post, ya se estarán ustedes preguntando dónde queda aquello de la libre competencia y
la libre elección del consumidor en un mundo donde cada vez hay menos opciones
tecnológicas, o más bien donde muchas veces llega a haber una
única opción. En un mundo donde el consumidor ve open-source y lo asocia al
desarrollo altruista basado en principios de software libre, pero que en
realidad no lo es, el día menos pensado deja de ser open y de ser source. Una
vez eliminada la competencia comercial (si alguna vez la hubo), o cuando su
compañía es adquirida por otra empresa con ambiciones puramente comerciales,
pasa a ser un producto comercial como otro cualquiera, que además por su pasado
aparentemente desinteresado se le ha ayudado a convertirse en un
pseudo-monopolio, y ha dejado millones de clientes cautivos por el camino.
Éstos no tendrán
más remedio que resignarse a consumar un matrimonio que, a la postre, ha
resultado ser forzoso, y cuyo divorcio les costará sangre, sudor y lágrimas,
además de muchos años e importantes presupuestos en TI. Tengan pues muy
presente que también hay ciertos actores del mundo open-source que vulneran la
libre competencia, y eso en el mejor escenario de que haya competencia. Puede
ser que si ni siquiera usted saberlo, en esta guerra le hayan tomado ya a usted
como rehén.